En 1993, hace ya 25 años, fue lanzado “Akundún”, álbum de Miki Gonzáles que contó con una considerable participación de los Ballumbrosio, familia de músicos afroperuanos. La celebración por su aniversario y la coyuntura actual se prestan para poder hablar de lo que significa la tradición, la identificación y la lucha contra la discriminación.
Al hablar sobre el contexto en el cual salió Akundún, Miki Gonzáles menciona el entonces declive del rock en español en las radios (el cual ahora suena tanto en ellas, específicamente el de esos años), movida de la cual había emergido y que lo llevó a trabajar incluso con Charly García. Desde “Dímelo, Dímelo”, una de sus primeras canciones, se escuchó la inclusión de la percusión afroperuana. Sin embargo, pese al creciente interés popular por ritmos jamaiquinos, era impensable creer -y se lo dijeron- que podría haber éxito comercial radial en un producto fusionado con la música negra. “Akundún”, tema homónimo, se convirtió en uno de los de mayor popularidad del álbum, de la carrera de Miki Gonzáles y de la música noventera local. El sonido invitaba al baile y la letra hablaba del pasado de esclavitud, pero también del presente: “Somos todos peruanos con herencia ancestral”.
Actualmente, la idea de fusión en la música es acogida y en la gastronomía es celebrada. Sin embargo, parece que a veces preferimos ver esto como un producto de consumo y no como una parte integral de las personas. La identificación de los ciudadanos con el país, con los compatriotas y sus problemas, sigue teniendo líneas (y colores) divisorios. Algo que hace que éstos parezcan desaparecer es el fútbol. Somos miles los que nos hallamos en la oncena de jugadores (en el caso de la blanquirroja, integrados además por numerosos descendientes afroperuanos) que salen a la cancha con una camiseta que remite a la bandera nacional. La competencia deportiva es un suerte de guerra en la que miramos las jugadas y movimientos en lugar de cómo son quienes nos rodean, en donde lo importante es lo que nos une más que lo que nos diferencia. Desde el seleccionado peruano, hemos visto mensajes como los de Edison Flores, en contra de la discriminación de todo tipo, pero recientemente contra el clasismo. En el Perú, esto va de la mano del racismo y el menosprecio hacia quienes tienen practican determinadas costumbres y hablan idiomas ajenos al español. Las emociones son un lenguaje por todos comprensible y las podemos encontrar en las artes y en los deportes. Sin embargo, aún están fuera del alcance de algunos, usualmente de quienes se encuentran con menores recursos económicos. Tal como le dijeron a Luis Soto, el periodista de la Radio Inti Raymi cuando se decidió a narrar partidos de fútbol en quechua, “la gente quechua no tiene dinero”, por lo que nadie apostaba por su propuesta. El hecho de que los quechuahablantes sean quienes se encuentren en los niveles socioeconómicos más bajos está ligado al prejuicio existente de que aquellos que lo hablan son menos capaces, que termina siendo algo real, pues la educación suele ser impartida en español, al igual que su material de apoyo. Hablar quechua es visto como un síntoma de atraso. Los jóvenes que van a la ciudad aún conociendo lenguas como el quechua o el aymara, dejan de hablarlos tanto por el uso cotidiano como por evitar la discriminación e intentando integrarse a la ciudad (y nos remite a lo expuesto en la película “Wiñaypacha”). La música cantada en quechua o de origen andino también es vista aún con desdén o como un fenómeno ancestral. En cuanto a la música afroperuana, su aceptación es mayor, gracias al paso de los años y hechos que la aproximaron a la gente, como por en su momento pudo colaborar en ello “Akundún”, pero sigue siendo considerada de calidad y relevancia menor.
Aquello que no es habitual, si es que además se encuentra encadenado a prejuicios arrastrados por siglos, no solo nos resultará ajeno, sino que también generará rechazo. Esta adversión deviene en discriminación y esto luego en pobreza para sectores de la población, pues no se descartan solo ideas, sino personas y formas de vivir. ¿Cómo enfrentar esto?
Las leyes que castigan la discriminación no impiden que se piense y se ejerza de manera más o menos evidente. Como comentaba D’Ormesson, más fuerte que la ley es la tradición. Entonces, el cambio debe pasar por lo educativo, para que aquello que no es habitual se convierta en parte de cada uno de nosotros. Un elemento útil para encaminar esto se encuentra en la comida, lo cual vemos tiene ciertos resultados y puede seguir trabajándose. Otra forma de romper barreras es el idioma. Oficialmente somos un país bilingüe, pero no en la práctica. Si es que, por ejemplo, se enseña desde la escuela alrededor del país a conocer el quechua, se hará parte de la vida de más esferas del territorio, será más común conocer parte de su vocabulario y permitirá que se excluya menos a los hablantes. Otra forma de hacer cercano lo ajeno es la música, a través de la fusión de géneros pero también de la renovación y exploración de los mismos, tanto en lo teórico como en lo creativo, reforzado con su difusión. Amador Ballumbrosio, por ejemplo, no solo es un referente para la música negra: también lo es dentro de toda la historia de la música peruana y cuenta con seguidores que siguen creando y actualizando aquello que promovió hace años.
La música negra o andina, el quechua o el aymara, nada de eso es algo meramente exótico ni parte de otra era. Tradición no significa perteneciente al pasado, sino originado en el pasado y que llega al presente. Todos son elementos vivos en cada uno de nosotros, en el lugar en el que nos encontramos con respecto a otros y en todo lo que nos rodea con cada día que pasa y que va añadiéndose a la historia de nuestra nación. Podrían estos elementos ser las herramientas necesarias para lograr la integración.
Imagen: Campaña del Ministerio de Cultura del Perú – Alerta contra el Racismo